jueves, 26 de marzo de 2009

El péndulo europeo

Hace algunos años, el ex-Presidente Aznar afirmó –al abrigo de la mayoría absoluta que obtuvo en su segundo mandato- que España había llegado a un punto de inflexión en lo que él llamó algo así como “el péndulo autonomista”.

Afirmaba que tras el franquismo, se había dado un movimiento descentralizador que había llegado a su tope, y que era hora de recuperar el equilibrio, de que el péndulo se desplazara de nuevo hacia el centro, devolviendo al Estado no ya ciertas competencias, sino un protagonismo real en la vida pública. Habló, por ejemplo, de conceptos tan farragosos como “recuperar la idea de lo que es y significa España”, y del “patriotismo constitucional”.

Poniendo aparte toda consideración con respecto a las opiniones del ex–mandatario, creo que en Europa está sucediendo algo similar: parece que los dirigentes europeos han llegado a la conclusión de que esto de la construcción Europea está bien, pero que se ha llegado a un punto en el cual ya basta de avances y es momento de volver a la salvaguarda de los intereses nacionales. No lo dicen abiertamente (al menos Aznar tuvo la virtud de no esconder sus alegrías políticas), pero sus actos les delatan.

Bien es cierto que este fenómeno nunca ha dejado de manifestarse en el caso de algunos Estados miembros como el Reino Unido, que –salvo honrosas excepciones- ha sido siempre la piedra en el zapato del europeísmo.

Pero últimamente cada vez nos encontramos con más antieuropeístas sin complejos: desde los gemelos polacos Kaczynski hasta el actualmente Presidente en ejercicio de la Unión, el Checo Sr Klaus.

Y es que el euroespecticismo se ha visto acelerado por dos factores, uno ya relativamente viejo, y otro nuevo. Me refiero a la ampliación y la crisis económica.

Con la ampliación, y pasado el entusiasmo inicial, nos pasa algo relativamente lógico: no voy a descubrir la sopa de ajo cuando digo que los Estados del Centro y Este de Europa, que se incorporaron a la Unión en Mayo del 2004 (2007 para Bulgaria y Rumania) estaban ya suficientemente escaldados de tener que obedecer a un amo externo durante décadas.

Tendríamos que ser muy ilusos para pretender que los líderes políticos de esos países –que no son más que un reflejo de lo que piensa y vota la población local- sean partidarios acérrimos de la supranacionalidad y de la renuncia a los intereses nacionales que implica la pertenencia a la UE. Está claro que no van a pasar en 20 años de tener que obedecer a Moscú a plegarse amablemente a lo que venga de Bruselas, o del eje franco-alemán.

Pero eso ya lo sabíamos cuando ingresaron en el club. Nadie medianamente realista esperaba que los nuevos socios fueran a renunciar a su soberanía alegremente.

Lo que es nuevo, y entro ya en el segundo factor, es el nacionalismo de nuevo cuño que ha invadido las calles -y los despachos de alto nivel- de los Estados de la vieja guardia, a causa de la crisis económica. “Put British workers first!”, gritan los trabajadores en Inglaterra, poniendo a Gordon Brown en un brete. “Volved a Francia!” dice nada menos que Sarkozy a la industria automovilística gala que se había instalado en otros países europeos, en escrupuloso respeto a las reglas del mercado interno.

Y claro, ya la tenemos liada.

Dicen que no hay nada como una crisis, un período de dificultad, para probar cómo de sólida es una amistad o una relación de pareja. Si resiste al viento en contra, demuestra su fortaleza. Si por el contrario se quiebra ante los primeros embates, mala señal.

No quiero sugerir que esta crisis económica sea “el gran test” de una idea europea que ya nació en condiciones 10.000 veces más difíciles (6 años después de una guerra devastadora, nada menos). No voy a ejercer de apocalíptico del “Europa se rompe!”. Pero indudablemente, lo que estamos viendo estos días (estos meses) no es buena señal.

Y estos no son los únicos signos: también está lo del remake del “un Comisario por país!” o la más que posible reelección indiscutida de Barroso, otros signos inequívocos de que a nuestros líderes les preocupa más bien poco el fomentar el debate europeo. Pero de eso ya escribiré otro día…

miércoles, 18 de marzo de 2009

El baile de los Comisarios

La incertidumbre planea sobre ciertos despachos de alto copete en Bruselas. “Extraño”, se dirán ustedes, “esta gente lo suele tener todo bien atado”. Y tienen razón. Pero esta vez hay un componente nuevo en el puzzle que da un cierto toque de suspense.

Normalmente, tanto los cargos de los 27 Comisarios como su duración están muy bien definidos: son elegidos para 5 años, y al final de este periodo deben dejar su puesto para sus sucesores, o bien continuar en ellos si renuevan mandato. En el caso de los actuales Comisarios, tomaron su cargo en el 2004, y en Octubre próximo finaliza su labor.

Ahora bien: este año la cosa se complica, y mucho.

¿Por qué? Pues básicamente, por la misma razón por la que suspira casi todo el mundo desde hace meses en Bruselas: los irlandeses.

Resulta que tras el sonoro ‘No’ de Dublín al Tratado de Lisboa el año pasado, los líderes europeos están –más o menos- aunque no lo admitan abiertamente- desesperados por fijar una nueva fecha para un referéndum en el que, esta vez sí, los irlandeses aprueben por fin las nuevas normas bajo las que se va a regir este “sarao” comunitario.

No voy a entrar en la pertinencia o no de organizar un segundo referéndum, de eso ya hablaré en otra entrada de este blog. Voy a limitarme por el momento a intentar exponer el porqué esta nueva votación popular está trayendo de cabeza no sólo a los mandatarios nacionales, sino también –y sobre todo- a los presuntos líderes comunitarios (me da un poco de vergüenza referirme a los Comisarios, incluso a su Presidente, como "líderes". Los tengo más bien como funcionarios de altísimo nivel).

A lo que iba: ¿Qué va a pasar este año? Pues resulta que -en teoría, como ya he dicho- los actuales Comisarios deberían dejar sus puestos en octubre para los nuevos elegidos.

Sin embargo, hasta noviembre no está previsto un nuevo referéndum en Irlanda. Y hasta que los irlandeses no voten, no se sabrá bajo qué reglas se va a elegir la nueva Comisión. Si la respuesta de la isla verde es negativa, nos encontraríamos con una Comisión Europea que se elegiría según los criterios establecidos por el actual Tratado, el de Niza, que establece que en ningún caso habría un Comisario por cada Estado miembro. Habría entonces que reducir efectivos, y a ver quién sería el guapo que renunciaría así, sin más, a su Comisario nacional. Hay pocos países candidatos a hacerlo (voluntariamente, al menos).

En caso de que Irlanda aprobara el Tratado de Lisboa, la Comisión se compondría de un miembro por cada Estado, eso sí, pero el nuevo Tratado entraría en vigor unos meses más tarde, ya que Polonia y la República Checa (con el amigo Klaus al frente) se han opuesto a ratificar formalmente Lisboa hasta que el pueblo irlandés no se pronuncie.

Sea como fuere, el lío está servido, porque los Comisarios actuales no deberían dejar su oficina hasta semanas, quizás meses más tarde de lo previsto. “¿Cuál es el problema?” se preguntarán ustedes, “unas cuantas semanas más bajo la lluvia de Bruselas no les va a afectar demasiado”.

Pues es dilema es el siguiente: que durante ese tiempo de mandato in interim, la base legal de sus actuaciones no estaría nada clara: ¿Serían Comisarios en pleno ejercicio bajo el Tratado de Lisboa, aún no ratificado? Imposible. ¿Serían Comisarios con una prórroga en su ejercicio bajo en Tratado de Niza, a la espera de ser sustituidos o simplemente cesados de su cargo, ya que sobrarían en un Colegio necesariamente más reducido?

Estas cuestiones no son baladí, ya que implicarían que el ejercicio del mandato de la Comisión estaría en entredicho. Este órgano Comunitario adopta cada semana nuevas propuestas de normas legislativas que van a afectar a 500 millones de cuidadanos, y decide sobre -por ejemplo- la autorización o no de fusiones empresariales, regulando las normas de competencia. Todo esto significa regular la vida económica del continente.

Así, en caso de no tener una base legal clara, nos encontraríamos con que cualquier empresa afectada podría plantear un caso ante el Tribunal de Justicia Europeo alegando que el órgano que adoptó una propuesta o que (des)autorizó una fusión no tenía la autoridad para hacerlo.

En resumen: estaríamos ante un limbo legal, y ante un marrón de proporciones considerables. De momento, Barroso ya ha pedido a los Comisarios que se preparen para permanecer en sus oficinas unos cuantos meses más (se habla incluso de prorrogar su estancia hasta marzo del 2010), a la espera de lo que digan los irlandeses, y de la agilidad con la que se tramiten las ratificaciones posteriores.

Mientras tanto, los jefes de Estado y de Gobierno deben reunirse inmediatamente después de las elecciones europeas para elegir al Presidente de la Comisión y tomar de paso una decisión sobre qué hacer los escenarios posibles tras el voto de Irlanda.

Veremos lo que sucede.

jueves, 12 de marzo de 2009

Obama, la UE y el 29 de abril

En 1932, el recién elegido presidente Franklin D. Roosevelt anunció una batería de medidas para sacar a los Estados Unidos de la tremenda crisis que arrastraba desde el crack de 1929.

Dentro de lo que se dió a conocer como el 'New Deal', Roosevelt acordó con el Congreso un gran número de propuestas en los 100 primeros días de su presidencia.

Desde entonces, es común en política considerar los 100 primeros días de cualquier mandato como un período de prueba en el que se concede una 'tregua tácita' al recién elegido, para observar –dejando la crítica aparte, por el momento- qué medidas lleva a cabo.

Obama fue investido presidente el 20 de enero entre enormes expectativas, y el miércoles 29 de abril es más que probable que los diarios de medio mundo se hagan eco del fin de este plazo tácito y comiencen a hacer un primer balance.

¿Qué se dirá en Europa? Sin duda, se hablará de los pasos dados hacia el desmantelamiento del centro de reclusión de Guantánamo. Esta medida, adelantada nada más tomar el cargo, demuestra al menos dos cosas: que Obama se preocupa por algo más que la crisis económica -su prioridad absoluta en estos momentos, lo cual es muy comprensible- y que la imagen que se tiene de él y de su Gobierno en el exterior le importa (que no es poco, vistos los antecedentes).

Los Estados de la UE ya se han ofrecido a ayudarle en la tarea, y el Parlamento Europeo no ha tardado en dar muestras de satisfacción por el anuncio del cierre, y se espera que esta primera medida escenifique ese giro hacia el ‘multilateralismo’ que tantas veces se ha pedido desde el viejo continente con respecto a EEUU.

También se comentará la extraordinaria -por novedosa en el fondo y en las formas- oferta a Irán para iniciar una nueva fase en las relaciones diplomáticas, el "giro a la izquierda" (relativo, siempre relativo, pero hay que tener en cuenta siempre de qué manos venía este país) que supuso la aprobación de los presupuestos, de sus medidas contra la crisis, de su esfuerzo comunicativo, abriendo todo tipo de canales -TV, encuentros, Internet- para llegar al ciudadano, etc, etc.

Peor no hay que olvidar la parte de “marrón” que un cambio de dirección de estas características tendrá para Europa. Porque hasta ahora, aunque parezca paradójico, la presencia de Bush en la Casa Blanca hacía las cosas bastante fáciles para nuestros líderes: el unilateralismo (léase autismo) de la administración norteamericana en temas como el cambio climático, la guerra de Irak o el conflicto en Oriente próximo era la excusa perfecta para la falta de ‘punch’ de la UE, sobre todo en temas de política internacional.

Si Obama da realmente el giro esperado y cuenta con otros actores de la escena mundial (y la UE lo es, en primer término), es posible que desde nuestras capitales se entone el “contra Bush vivíamos mejor”.

Porque entonces llegará la hora de tomar decisiones complejas, sobre las cuales la UE está muy lejos de tener una sóla voz: la disminución de tropas estadounidenses en Irak será bien recibida, sin duda, pero ¿qué hará la UE cuando Obama pida una mayor implicación en Afganistán? ¿Cómo de fuerte será la posición Europea de cara a obtener un compromiso ambicioso en la crucial cumbre sobre el cambio climático de Copenhague en diciembre de este año? ¿Pondremos bases firmes para evitar más Guantánamos, incluidos los que tenemos en nuestro propio territorio? Y ya puestos a soñar, ¿será capaz la UE de arrastrar a la administración norteamericana hacia posturas más proclives a un acuerdo en oriente medio, contrarrestando el giro hacia posiciones mas intransigentes de Israel?

El 29 de abril se empezarán a pedir cuentas, y las respuestas deberán llegar desde ambos lados del Atlántico.

En todo caso, sería deseable que –si tiene tiempo o ánimos para asomar la nariz al exterior- el recién elegido presidente haga cuanto antes un gesto, una visita oficial a Europa que escenifique este cambio de rumbo en la política internacional estadounidense. El valor que en Europa tendría una foto Obama estrechando la mano de Merkel o –mejor aún- Sarkozy sería de un simbolismo innegable.

jueves, 5 de marzo de 2009

Reportaje sobre el Lobby en ETB

El tema del lobby sigue siendo un tabú en ciertos países, sobre todo del sur de Europa. Más especialmente, el lobby en la Unión Europea (más dinámico y más practicado que a nivel nacional) es utilizado muy a menudo por euro escépticos tanto de derechas como -sobre todo- de izquierdas para criticar ferozmente "el mangoneo" por parte de unos pocos y la manipulación de la toma de decisiones por parte de las grandes empresas (asumiendo con una facilidad pasmosa que los políticos de Bruselas se dejan corromper muy fácilmente por cualquier gran corporación).
Sin embargo, de vez en cuando hay intentos por acercar más esta práctica a la ciudadanía y aclarar mitos. Los medios de comunicación tienen bastante que decir en este aspecto. Así, cada vez son más los periódicos y revistas que publican reportajes sobre quién hace lobby y porqué en la capital europea.

Por eso me alegré mucho cuando Xabier Collados, el corresponsal de EiTB en Bruselas, me propuso una breve entrevista para hablar sobre el tema, que se emitió en el Teleberri, el Telediario de la Televisión Vasca. Os envío el link: http://www.youtube.com/watch?v=QzrUL5ue-yQ (la primera versión es en Euskera, la de Castellano viene después).

El punto de partida de Xabier, como casi-recién llegado a Bruselas, era de bastante escepticismo, pero -por lo que se puede oir en el resultado final del reportaje- parece ser que nuestras charlas de antes y después de la grabación consiguieron convencerle de que el lobby no es un monopolio del "Gran Capital", que se puede hacer lobby para todo tipo de intereses y desde todo tipo de presupuestos, y que con transparencia y profesionalidad, los lobbyistas podremos algún día (no muy lejano, espero) "salir del armario" y ser admitidos como lo que somos, profesionales de la comunicación institucional.

Sobre la necesidad de regular esta práctica ya escribiré otro día. Sólo adelantaré por el momento que estoy completamente a favor de aumentar la trasparencia del lobby y que espero que el registro de lobbyistas que la Comisión Europea ha puesto en marcha sea pronto obligatorio para todos.

domingo, 1 de marzo de 2009

Un mal libro, un buen libro

En los últimos meses he tenido la ocasión de leer dos libros muy diversos sobre la Unión Europea. El primero se titula "Life of a European Mandarin" de Derk-Jan Eppink. El segundo, "Machiavelli in Brussels", de Rinus van Schendelen.

Empezaré por el primero. No sé bien cómo podría resumirlo, aunque si tuviera que elegir dos palabras, me limitaría a estas: "qué castaña". O "qué deprimente".

El objetivo del libro es narrar las andanzas del Sr Eppink dentro de la maquinaria comunitaria desde un punto de vista desenfadado, informal e irónico. Cuando lo compré, esperaba encontrar información valiosa sobre los mecanismos de funcionamiento de la Comisión, datos sobre quién decide, cómo y porqué, sobre todo a nivel de los Gabinetes de Comisarios (puesto en el que el autor trabajó).

Pero el único valor añadido que el autor aspira a dejarnos es su imagen de tipo 'cool' y su enorme capacidad de persuasión hacia sus colegas. Fracasa.

Eppink nos aturde con una sucesión de anécdotas sin sustancia (cómo se agarró una gran cogorza en una reunión informal de trabajo con un experto nacional, cómo lidió con la prensa tras unas declaraciones fuera de lugar de su indómito Comisario, etc, etc).

Esto en cuanto a lo que 'Life of a European Mandarin' tiene de decepcionante. Porque también puede resultar irritante. Por ejemplo, en su cansina repetición de metáforas (la Comisión Europea es 'la princesa' y los funcionarios, 'mandarines' a su servicio, comparación que puede hacer cierta gracia la primera vez, pero que a la decimoquinta cansa bastante) y de los tópicos nacionalistas (todo el mundo con el que Eppink se relaciona es "el típico griego", "el típico alemán" o "el típico irlandés", parece ser que su capacidad de relaciones interpersonales le impide acceder a la personalidad propia e intransferible de cada individuo).

En resumen: 'Life of a European Mandarin' nos ofrece un retrato descarnado de lo que no debe ser un funcionario al servicio de la UE, ni de cualquier administración. Eppink nos presenta un cuadro en el que a base de trapicheos, rondas de cafés o unas cuantas cervezas se puede decidir sobre de normas que van a afectar (a veces muy gravemente) a 500 millones de europeos.

No digo que una buena conversación informal no pueda contribuir decisivamente a desbloquear un conflicto, o a acercar posturas contrapuestas. Cualquiera que haya participado en una campaña de lobbying lo sabe.

Pero la imagen que Eppink nos deja es deprimente: tal vez sin quererlo, se mofa abiertamente del trabajo -profundo, de base, bien fundamentado- que puedan haber realizado miles de expertos técnicos en el continente para, por ejemplo, poner sobre la mesa un propuesta decente sobre el futuro de los servicios postales, y limita el resultado final del proceso legislativo a "sus habilidades personales" para convencer a Ministros y Comisarios. Destila prepotencia por los cuatro costados.

En resumen: sólo aconsejo su lectura si se quiere tener un ejemplo claro de la antítesis del europeismo.

En el otro extremo se sitúa la obra de Rinus van Schendelen, otro holandés. A años luz de Eppink, realmente. Como queriéndonos reconciliar con los Países Bajos tras la lectura del primer libro.

Este profesor universitario hace un análisis profundo y sistemático de las prácticas de lobby en la UE, y presenta de un modo inmejorable (esquemático, comprensible, concienzudo) las opciones que se plantean al lobbyista de hoy en día: porqué actuar, cómo, ante quién, qué hacer y -sobre todo- qué no hacer.

La fórmula de 'Machiavelli in Brussels' es "audacia en el planteamiento, trabajo para el análisis y prudencia en la actuación". Difícilmente se pueden resumir mejor las necesidades para un lobbying eficaz.

Con todo, lo que más me gusta de la obra de van Schendelen es su corolario. Viene a decirnos algo así como: "He escrito este libro para los que critican a la UE sin conocerla, para los que se escudan en la presunta oscuridad de sus mecanismos para criticar y no hacer nada, para los que prefieren lamentarse en lugar de actuar. Oídme bien: toda persona está dotada de un cerebro. Usad el vuestro para analizar, criticar e influenciar las decisiones que se toman en Bruselas. Está a vuestro alcance. No os quedéis atrás alegando desconocimiento". Fantástico.

Uitstekend, meneer van Schendelen!