martes, 12 de mayo de 2009

El simbolismo de un (no tan) pequeño cambio

Desde Bruselas se respira muchas veces una sensación de impotencia, casi de injusticia, cade vez que las encuestas ponen de manifiesto las bajísimas espectativas de participación en las elecciones del próximo 7 de junio.

Se observa con impotencia ese espacio cada vez mayor, ese foso de cocodrilos que separa a las Instituciones de los ciudadanos, y se trata a la desesperada de tender puentes, de engalanarlos con una decoración atractiva, de iluminar el camino y lanzar mensajes seductores que atraigan a los europeos. La realidad no parece ser muy halagüeña: sólo algunos miran, pocos se molestan en interesarse, y de los que emprenden el camino hacia las urnas, muchos darán un voto de castigo al proyecto europeo a través de partidos extremistas o euroescépticos.

Sin embargo, los esforzados responsables de las numerosas -y muchas veces admirablemente organizadas- campañas de comunicación institucional saben que la diferencia entre el éxito y el fracaso, entre el cielo y el infierno, está a menudo en el detalle. Y hay detalles que se pueden convertir en poderosos enemigos internos, como es el caso caso del absurdo sistema de la "doble sede" del Parlamento.

Así, basta que alguien mencione la sangría económica -200 millones de euros anuales- que supone al contribuyente el mantenimiento de los dos macro-edificios en Bruselas y Estrasburgo y el traslado mensual de más de 1000 personas entre las dos ciudades, para que cualquier brote de interés o de legitimidad de diluya en argumentos del tipo "la UE malgasta nuestro dinero".

Pero vayamos por partes: ¿Por qué estas dos sedes para el Parlamento? Se trata de una “anomalía” institucional que viene de antiguo, cuando los 6 países fundadores de las Comunidades Europeas designaron en su día a Francia como país anfitrión de la "Asamblea consultiva", que luego se transformaría en el Parlamento. Más adelante, por razones prácticas, se creó una segunda sede en Bruselas, que con el tiempo pasó a ser el lugar donde se desarrolla el día a día de esta Institución (las Comisiones especializadas y prácticamente todo la vida parlalentaria tienen lugar en la capital belga, mientras que en Estrasburgo se llevan a cabo tan sólo las reuniones plenarias, una vez cada mes.)

A pesar de la evidencia de la incomodidad y el malgasto que supone tener dos sedes, la decisión de cambiar la sede de una Institución debe ser tomada por unanimidad de los Estados miembros de la UE, y Francia se ha negado rotundamente -al menos, hasta ahora- a ceder la sede de Estrasburgo por razones políticas y económicas: además del prestigio diplomático de albergar una Institución continental, el mero hecho de recibir a cientos de visitantes en la ciudad una semana cada mes supone para la ciudad francesa grandes beneficios económicos. Pensad sólo en la cantidad de hoteles y restaurantes que se llenan, los servicios que se generan para los parlamentarios, periodistas, funcionarios… y lobbyistas, gente que vive de seguir a l@s diputad@s allá donde vayan para intentar influir en la legislación que ell@s elaboran.

Por fortuna, hace ya tiempo que los propios parlamentarios (no todos, los franceses resisten ahora y siempre, a modo de aldea de Astérix) demandan una “única sede”. Para ellos, el hecho de deber desplazarse cada mes es incómodo logísticamente y hace su vida más difícil, ya que Estrasburgo no goza de muchas facilidades de transporte (son raras las capitales europeas que tienen conexión directa con esa hermosa ciudad de Alsacia).

Los obstáculos para acabar con este anacronismo no son insuperables: habría que empezar por encontrar una alternativa para ocupar el macro-edificio de Estrasburgo (algunos piensan ya en una agencia europea), una compensación efectiva para el sector hostelero de la ciudad, y convencer al Sr Sarkozy de que la lógica debe imperar sobre la grandeur francesa.

Hay un dicho -francés, por cierto- que reza "quien quiera cambiar el mundo, que empiece por lavar la vajilla". Los líderes de la UE (en este caso, los jefes de Estado de los 27) deberían comprender que -así como las grandes obras necesitan modestos inicios- el acercamiento de los ciudadanos hacia las Instituciones comunitarias requiere gestos, detalles que allanen el camino y que hagan todo este entramado menos incomprensible. El cambio de sede del Parlamento sería un pequeño gran paso en la buena dirección.

lunes, 4 de mayo de 2009

Un Parlamento cercano

Es seguro que estos días se hablará mucho de la necesidad de "acercar la UE al ciudadano".

Lo de "acercar" las Instituciones a los europeos me suena a movimiento forzado, algo así como ofrecer jarabe a un niño que no lo quiere ni probar, y cuya cara de disgusto va aumentando según la cuchara se arrima a su cara. Creo que el camino a recorrer debería ser el opuesto: permitir que el ciudadano se acerque a la UE, porque vea que es algo atractivo. La tarea, sin embargo, no es fácil. Hay muchas barreras, la mayoría de las cuales no son imputables a la ciudadanía. Para empezar, los europeos necesitan aumentar el poder de su voto: no se puede argumentar que el europarlamento es importantísimo para la vida diaria del ciudadano cuando esto es sólo una verdad a medias (o a tres cuartos, pero no entera).

Lo que se decide en Bruselas y Estrasburgo es esencial en temas como la legislación medioambiental y la protección de consumidores, pero el Parlamento que vamos a elegir el 7 de junio no tiene absolutamente nada (o casi nada) que decir en materias tan sensibles como la política fiscal, las ayudas agrícolas o en la política exterior de la UE.

Y es que esto de la UE se asemeja a una preciosa casa en permanente construcción, con la cocina –la Comisión- completamente amueblada, los dormitorios para los 27 habitantes terminados… pero la sala de estar (donde se reúne la familia para tomar las decisiones importantes) hecha unos zorros. Y no puede ser. Hay muchas competencias que deben ser “conquistadas” aún por el Parlamento para que esta asamblea sea realmente decisiva en todas las áreas que afectan a la vida corriente de los ciudadanos.

Además, está el tema de las listas electorales. En la mayoría de los Estados de la UE, los partidos tienen listas únicas (como sucede en España). Esto favorece el anonimato y la lejanía con respecto al ciudadano. Conocemos al jefe de filas, pero no tenemos ni idea de quién es, cómo respira y qué va a hacer el número 10, o el 17. Y, por supuesto, nada de seguir de cerca lo que hacen una vez elegid@s.

Así, no es lo mismo votar en España que en el Reino Unido, donde cada circunscripción regional debe elegir a varios candidat@s (por ejemplo en Yorkshire and the Humber, con tres millones de electores, cuenta con seis “elegibles”). Ahí sí que se tiene en cuenta la cercanía de las propuestas de cada político para su región, y se facilita el seguimiento de lo que cada un@ hace.

Un sistema electoral uniforme (preferentemente al modo británico, promoviendo la cercanía al ciudadano) facilitaría mucho las cosas.

Se trata, en definitiva, de allanar el camino que permita a los europeos que se acerquen a las Instituciones. Desafortunadamente, la llave para lograr estos avances (mayores competencias para el Parlmamento, uniformización de los sistemas electorales) no está en la propia eurocámara, sino en una decisión unánime de los Estados miembros. Pero estos son al fin y al cabo comandados por los gobernantes que elegimos cada cuatro años, así que… ¡habrá que hacer presión sobre ellos!