jueves, 14 de enero de 2010

Buen lobby, mal lobby

Enlazando con la última entrada, aprovecho para lanzar una pregunta: teniendo en cuenta que el lobby es una actividad legítima, muy practicada, pero para la cual hace falta una inversión mínima en dinero, tiempo y gente (como dijimos ayer): ¿dónde se marca la frontera entre un buen lobby y un mal lobby?

Me explico: representar intereses (por cuenta propia y por cuenta ajena) es una actividad lucrativa que se ha convertido en todo un negocio (al menos en Bruselas y Washington). Pero desde una perspectiva de responsabilidad -social, ecológica, moral-, ¿qué intereses estaríais dispuestos a defender, amigas y amigos lectores?

Empecemos por lo (creo) peor: una empresa armamentística. Sigamos por una petrolera contaminante a más no poder, pasando por una tabacalera o incluso por una multinacional agrícola poco escrupulosa con el control al trabajo infantil en ciertos países. Continuemos nuestro viaje con una empresa del sector de la biotecnología, el colegio de médicos abortistas (esto podría ser un dilema moral para muchos, no digo que lo sea para mí)...

¿Dónde empiezan y terminan la profesionalidad y la ideología? Habrá quién diga, no sin razón: "hago lobby para una empresa de armamentos, pero estoy defendiendo miles de puestos de trabajo de nuestras fábricas". Y habrá quien diga "no me gusta lo que hago, pero a fin de mes me espera la hipoteca".

De todos modos, sigamos con el dilema de la "frontera": hacer lobby para un Estado -ser un funcionario, vamos- es una tarea en principio inocua. Sin embargo, cuando se trata de defender un tratado comercial de la UE con -por ejemplo- China, ignorando Olímpicamente (término adecuado tanto en sentido real como figurado) las demandas de respeto a los derechos humanos... ¿hay algo que chirría, o todo va bien?

No trato de hacer juicios de valor. Me descubriré, para dejarlo claro: cuando trabajaba en una consultoría, francesa para más señas, el mayor cliente que gestioné durante dos años fue una tabacalera. No hice lobby en sentido estricto, simplemente gestioné información y proporcioné asesoría estratégica sobre cómo relacionarse con las Instituciones de la UE. Vamos, que no defendí directamente sus intereses (para las campaña de lobby en sí ya tenían personal interno), pero sí que puse mi experiencia y conocimientos a su servicio.

No estoy particularmente orgulloso de haberlo hecho. El doble razonamiento que he mencionado anteriormente ("esta multinacional tiene derecho como cualquier otra empersa a defender sus intereses y representa a miles de puestos de trabajo que tienen derecho a ser defendidos" y "hay que pagar el alquiler") me mantuvo en activo un par de años.

Pero trabajar para ellos tampoco era fácil: una multinacional suele tener estructuras muy rígidas, modos de trabajar que pueden resultar desesperantes... Total, que hubo un momento en que pedí el cambio a mi jefe ("que se encargue otro de este cliente"). Aceptó, pero en los meses consecutivos las pasé canutas: me cayeron todos los marrones repartibles en kilómetros a la redonda - debe ser que no quiso echarme, pero sibilinamente tuvo su manera de decirme 'eso de ponerse tiquis-miquis no se hace'.

Dejaré claro que hacer lobby para mí es un trabajo que requiere un grado de implicación especial, ya que se defienden activamente los intereses de la empresa o entidad que te paga. Eres una especie de "abogado ante las Instituciones" de esos intereses. No puedes zanjar el tema como si fueras un responsable de contabilidad o un informático.

En resumen, que yo nunca tiraré la primera piedra por estar libre de culpa. Hoy en día me considero un privilegiado por poder elegir qué intereses defiendo como lobbyista (el sector de la eficiencia energética es particularmente atractivo en muchos sentidos). Pero no siempre ha sido así, y hay veces que no dejo de preguntarme dónde están los límites en esta profesión. Pregunta para algunos sensiblera y tonta, para otros fundamental.

La dejo en el aire.

1 comentario:

  1. Muy complicado esto que planteas y que incluso trabajando para lo que creemos bueno. Es más, no creo que haya nadie que trabaje en campañas de lobbying que no se relacione con intereses que no comparte, porque al final, como dice Carles Campuzano, un diputado amigo de CiU, hacer política es elegir lo menos malo.

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